Por Miguel Angel Cristiani G.
Recuerdo muy, como si apenas hubiera sido el año pasado, que cuando me compré mi primer reloj de la marca Génova, me costó cincuenta pesos, en una joyería del centro atrás de palacio nacional, luego de que vi el anuncio en el periódico Excélsior.
Eso fue allá por los años 60.
Estuve ahorrando durante varios meses, con lo que me pagaban en lo que también fue mi primer empleo, en una tlapalería de la colonia Santa María la Rivera, en donde me pagaban un peso al día, por hacer cien combustibles, que no eran otra cosa que bolsas de papel estraza rellenas con aserrín y que se utilizaban para los calentadores de agua que había en ese tiempo.
Mi primer reloj era dorado, de un estilo que se podría considerar como barroco, porque tenía muchos grabados y los números eran con símbolos romanos.
Naturalmente que mi primer reloj no me duró andando ni seis meses, cuando de buenas a primeras dejó de funcionar.
Pero sirvió además para despertar en mí el gusto por los relojes, gusto que conservo hasta la fecha.
Creo que desde mi primera experiencia con los relojes, aprendí que eran desechables, es decir que no son para toda la vida, sino que duran algún buen tiempo y después hay que cambiarlos por otros modelos.
Años más tarde, en el puerto de Veracruz, me tope con los vendedores del malecón, que ofrecen prácticamente todas las marcas y modelos más recientes.
“Mire patrón, este reloj todavía durmió anoche en el barco, lo acaban de bajar, pero no es robado, he….”
Ahí con los vendedores del malecón, también aprendí a regatear el precio, porque casi siempre te empiezan pidiendo el doble de lo que vale y si no te ven entusiasmado, se van bajando hasta menos de la mitad.
En una ocasión que fui a un recorrido por la fortaleza de San Juan de Ulúa, en el estacionamiento se me acercó un vendedor que traía un racimo de relojes y me mostró un modelo de la marca Rolex -esos que parecen de buzo- estuve a punto de quemar mis viáticos, pero quien me acompañaba cuando se lo mostré me hizo una señal de que no lo comprara, después me dijo que “no tenía la tapa de la maquina” y es que era uno de los primeros modelos que traían un cristal transparente para poder ver el funcionamiento.
Ahora he descubierto una marca suiza INVICTA, que tiene lo que yo creo son los relojes más hermosos y de todos modelos y precios, ahorita en diciembre estuvieron ofreciendo a mitad de precio algunos, pero nada que ver con los que gustan lucir a los prominentes políticos.
Por cierto, que la próxima vez que tengan que esconder algún lujoso modelito, por favor no digan que lo compraron en Tepito, porque allá no venden de esos, a menos que sean robados y no creo que quieran que los señalen de comprar objetos robados.
Mejor digan que lo compraron en el malecón de Veracruz, es más factible que se lo crean, además de que servirá para que otros amantes de los relojes vayan a comprarse unos cuantos, aprovechando que los dan bara bara.
Aunque lo importante no es en donde lo compran, si en Tepito, el malecón o por internet, lo interesante es el precio, porque hay que precios a precios.
Porque al final de cuentas todos sirven para lo mismo, marcar las horas.
El tiempo que irremediablemente sigue su marcha y no se detiene y cada segundo cuenta hacia el final del año que recién comienza y que pronto, muy pronto terminará también.
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