Emilio Cárdenas Escobosa
A más de tres décadas de la publicación del libro “La disputa por la nación”, escrito por Carlos Tello Macías y Rolando Cordera, texto que en su tiempo abrió un gran debate en círculos académicos y políticos, mantiene una vigencia fundamental.
La relectura de este texto es reveladora pues con una absoluta claridad vislumbraba en 1981 el futuro inmediato que se abría para nuestro país, tiempo en el que iniciaba lento pero inexorable el proceso de apertura comercial, de integración de bloques económicos y etapa en la que nuestro país vivía una crisis más, donde la devaluación del peso, la concentración de la riqueza y la desigualdad en la distribución del ingreso eran la norma, y donde el modelo económico cerrado y orientado al consumo interno mostraba evidentes signos de agotamiento.
En su momento los autores tuvieron la visión de capturar lo que desde las últimas dos décadas del siglo XX se perfilaba como la disyuntiva para México y que hoy en plena discusión sobre la pertinencia del proyecto de izquierda que enarbola el movimiento impulsado por el presidente López Obrador es totalmente claro: las opciones entre el nacionalismo revolucionario y el neoliberalismo.
El primero que se preveía como la vuelta al proyecto del nacionalismo revolucionario que enarboló destacadamente el presidente Lázaro Cárdenas y que en los años treinta impulsó un programa de reformas sociales y económicas que ponían el acento en abatir la desigualdad y la pobreza, y el segundo, que fue el que al final se impuso, el del neoliberalismo, que vislumbraba que la vía para potenciar el desarrollo del país era la integración económica con Estados Unidos que se creía daría lugar a un crecimiento económico acelerado que, aunque en un inicio en un periodo de ajuste exacerbaría la marginalidad y las desigualdades, a la larga sus frutos serían disfrutados por la sociedad en su conjunto.
Lo interesante de esa obra es que más allá de la puntual descripción de las implicaciones económicas de cada uno de los modelos ponía también el acento en los fundamentos ideológicos y políticos que representaban tomar partido por alguno de ellos. Y planteaban que al final era posible que se lograra un modelo híbrido en el que pudiera perfilarse una ruta que asegurara un desarrollo incluyente, más equitativo y con acento en la justicia social que tendría como eje rector la ampliación de la vida democrática.
Carlos Tello y Rolando Cordera lo decían puntualmente: “la política democrática y la economía abierta deben estar incrustadas y responder a una dimensión social atenazada por la desigualdad, la pobreza y las tendencias a la desintegración comunitaria y el desplome de la cohesión social. Ésta es la clave de un resultado productivo de la disputa actual que sin demasiada retórica podemos definir como una disputa por el porvenir de México como nación” (p. 36).
Vistas las cosas a la distancia y hoy que la polarización nacional está instalada entre nosotros es preciso que recordemos ese debate que si bien se daba en el ámbito académico retrataba puntualmente las tensiones que comenzaban a mostrarse en torno a los proyectos que perfilaban y que representaban grupos concretos de priistas de entonces que comenzaban a ubicarse, unos en las filas del neoliberalismo, los llamados tecnócratas que habrían de hacerse al final del poder, y otros en la corriente nacionalista y que miraba con añoranza los años del desarrollo estabilizador, que habrían de derivar, comandados por Cuauhtémoc Cárdenas y quienes lo siguieron, Ifigenia Martínez, Porfirio Muñoz Ledo y, entre muchos más, el hoy presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, en el Frente Democrático Nacional y el Partido de la Revolución Democrática; fue el grupo que quebró la hegemonía del PRI y abriría las puertas a un proceso acelerado de democratización del país que tendría su punto culminante en la llegada de Morena al poder.
De ahí que no hay que ir muy lejos para encontrar la fuente de la que abrevó el hoy primer mandatario en sus visiones e idealizaciones sobre un pasado que cree preciso y necesario recuperar y, desde luego, entender su machacón discurso sobre el neoliberalismo como causante de todos los males del país. Bajo esta visión para lograr el cambio de régimen y consolidar la Cuarta Transformación es necesario cerrarle el paso y combatir cualquier expresión del neoliberalismo.
Lo paradójico es que hablar del neoliberalismo es hablar de una manifestación del capitalismo en su fase de globalización, de fe en el mercado mundial, de establecimiento de valores estándar de convivencia en todas las naciones: democracia, derechos humanos, ciudadanización, libertades, etc. Y ese capitalismo es el que rige, para bien o para mal, la vida política, económica y social de México. Pero es también, y ello debe subrayarse, el modelo que ha auspiciado el individualismo, la expropiación de ganancias, la explotación, la desigualdad, el empobrecimiento de grandes capas de la población, la falta de movilidad social y desde luego, en la política y entre los políticos, la corrupción como apropiación de bienes públicos para fines privados.
El reto pues de la transformación del país no es menor porque la disputa entre el nacionalismo revolucionario y el neoliberalismo sigue tan viva como hace más de cuatro décadas. Y las resistencias de uno y otro lado no han dejado ni dejarán de expresarse. Están tan vivas y fuertes como si fuera ayer. La narrativa presidencial lo confirma cada mañana.