Vivimos tiempos electorales en que se habla en general, al menos en círculos sociales politizados, con matices interesados y parciales. Cada quien trata de ajustar las opiniones y los hechos a su muy particular punto de vista y afán proselitista. Hasta en la obviedad se maneja cualquier asunto con tonos de tipo electoral. Se extravía la objetividad básica y se ahoga la imparcialidad. Eso ocurre en amplios sectores pero se vuelve sistemático en el medio periodístico. Si en las redes sociales cualquier persona afirma sin pruebas, exagera o hace arengas vulgares, no pasa de verse como algo medio normal, que tenga que ver con la libertad de expresión y un proceso educativo al respecto. El problema ocurre con los periodistas y los analistas políticos, los primeros por el papel informativo que juegan al servicio de la ciudadanía, los segundos por su rol de esclarecimiento y explicaciones de los fenómenos de nuestro contexto; ambos influyen en los criterios de la gente y en la toma dé desiciones. Si el periodista no informa, oculta o distorsiona la información, deja de jugar su papel social y se convierte en parte del problema de nuestra precaria democracia; si el analista no analiza y se convierte en generador de rumores, prejuicios y especulaciones, desciende en su categoría y en la posición que debería jugar en bien de las verdades y un rumbo claro para la sociedad.
Se han masificado las opiniones, prácticamente quien lo desee puede dar una opinión sobre el tema que quiera, inclinándose marcadamente hacia la política. Leemos de todo: juicios severos sobre personas públicas, afirmaciones descabelladas, deseos místicos a favor de candidatos, campañas de rumores y una que otra opinión seria, las menos. Para la mayoría todo es fácil, con la simple voluntad individual se pueden resolver todo tipo de problemas; dan soluciones simples para cualquier asunto por complejo que sea, trátese de cuestiones de seguridad, de economía, de gobernanza, etc.. Sin obviar lo positivo que tienen las redes sociales en cuanto a la comunicación de la gente, hay que observar con cuidado que sus procesos informativos pasan sin filtros cualitativos y generan certezas desde lo superficial y los intereses facciosos. Se masifican las opiniones y suelen quedarse en nivel cuantitativo.
Las figuras públicas en general poco aportan para elevar el nivel del debate, quedándose en general en confrontaciones de personas y de bajo nivel. Es impactante la frivolidad vulgar, por ejemplo, del por segunda vez candidato de MORENA a gobernador: sin ideas, sin propuestas, refugiado en el chiste y la ocurrencia. Es una tragedia defraudar así la expectativa de cambio de un sector importante de veracruzanos. Sin ser imposible si será difícil presenciar y participar en un proceso de altura, útil y generador de participación consciente y libre de la ciudadanía. Nuestros problemas en Veracruz son complejos, vienen de lejos y requieren voluntad, compromiso y talento de quienes pretendan tomar las riendas de nuestro Estado. Habrá que darle su valor democrático a los sufragios, verlos como mandato y aspiraciones de la gente; más allá de fines meramente partidistas y cálculos particulares de candidaturas.
Cada vez más será difícil expresar y recibir razones ante el natural avance de la polarización electoral; las posturas dominantes serán emocionales y de militancia fugaz. En medio de esa bruma, sin embargo, hay que abrirse paso con argumentos y propuestas. Si el resultado se va por lo mágico y el pensamiento vertical y único, habrá registro de posturas sensatas que serán referente y recordatorio; si se abre paso una ruta plural, se tendrían bases para avanzar más rápido en buenos gobiernos. El pensamiento idealista sin bases puede llevarnos a la decepción y al inmovilismo. No se trata de cambiar sin saber para qué y cómo lograr las transformaciones.
Recadito: de lleno el Ayuntamiento xalapeño en el trabajo partidista; es el nuevo PRI, PriMor.