El influyente asesor abandona la Casa Blanca desbordado por el triunfo del ala radical
La guerra comercial abierta por Donald Trump ya tiene su primera víctima. El poderoso consejero económico de la Casa Blanca, Gary Cohn, ha presentado este martes su dimisión por sus diferencias con el presidente en la batalla arancelaria. La caída de Cohn supone una derrota del sector moderado frente a halcones, pero sobre todo, representa la partida de uno de los más prestigiosos miembros del gabinete, el cerebro de la reforma fiscal y uno de los pocos altos cargos capaz de enmendarle la plana al mandatario, como hizo en agosto pasado cuando Trump, tras el crimen racista de Charlottesville, mantuvo la equidistancia.
“Esta Administración puede y debe hacer más para condenar a estos grupos de forma coherente e inequívoca, así como hacer todo lo posible por curar las profundas divisiones que hay en nuestras comunidades. Los ciudadanos que se plantan por la igualdad y la libertad jamás pueden ser equiparados con los supremacistas blancos, los neonazis o el KKK [Ku Klux Klan]”, dijo entonces en una entrevista al Financial Times. Estas palabras hicieron pensar que Cohn iba a abandonar el puesto. Pero se mantuvo y finalmente ha sido un pulso anterior, casi congénito a Trump, el que ha determinado su marcha.
Procedente de Goldman Sachs, Cohn, de 56 años, era un tecnócrata que apostaba más por el pacto que por la batalla. Pragmático, de verbo fácil y reconocido por sus colegas financieros, estaba en los antípodas del consejero comercial, Peter Navarro, el desmesurado economista que ha logrado que Trump rompa amarras y prepare la subida unilateral de aranceles al acero (25%) y el aluminio (10%). Una medida que la Unión Europea ha respondido con la amenaza de represalias.
Cohn trató por todos los medios frenar la conflagración. Al igual que con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), buscó que primase la negociación. Pero en esta ocasión falló. Ni siquiera su triunfo con la titánica reforma fiscal, el mayor éxito político hasta la fecha de la Casa Blanca, le valió para hacer valer su palabra. Trump, jaleado por Navarro y los epígonos de Steve Bannon que aún quedan en la Casa Blanca, volvió a sus raíces, alzó la bandera del América Primero y anunció que las guerras comerciales son “buenas y fáciles de ganar”.
El golpe fue excesivo para el financiero de Wall Street. Su teórico subordinado, Peter Navarro, le había ganado la partida y había impuesto la línea dura en un tema altamente volátil y que marcará la estrategia económica el mandato. Estados Unidos, en contra de su criterio, se enfrentaba a cara de perro con sus socios y vecinos. Europa, Canadá, México iban a sufrir los embates. Y el siguiente en la lista era China. El gigante asiático, que hasta ahora se ha mantenido a salvo de las iras de Trump por su apoyo en el cerco a Corea Norte, entraba en rumbo de colisión.
Cohn consideró, y así lo hizo saber a sus colaboradores, que este encrespamiento general iba afectar a la economía estadounidense. Pero sobre todo le afectó el ascenso del sector nacionalista. La Casa Blanca ya no era su espacio. Desbordado por los radicales, desoído por el presidente e incómodo con su puesto, hizo pública su decisión de marcharse.
A diferencia de otras renuncias, su marcha se presentó de forma ordenada. La Casa Blanca la anunció a media tarde y en una nota en la que constaba su declaración, la del presidente y la del jefe del gabinete y aliado, John Kelly. Todo fueron buenas palabras.
“Ha sido un honor servir a mi país y trabajar por la mejora de las políticas económicas, en especial la histórica reforma tributaria. Estoy agradecido al presidente por esta oportunidad y le deseo un gran éxito”, afirmó Cohn. “Gary hizo un magnífico trabajo, ayudando a sacar adelante los recortes fiscales y liberando la economía. Es un gran talento”, señaló el presidente. Detrás quedaba la marejada; por delante, la guerra.