La erosión, indicó el investigador Vicente Castro Castro, miembro del Centro de investigaciones para Mesoamérica (CIM), adherido a la Universidad Autónoma de Chiapas (Unach), comenzó hace más de una década, con la modificación de la línea de costa, a la llegada de la dársena de Puerto Chiapas.
Este hecho propició que las corrientes fueran alteradas y el mar poco a poco ingresó a esta región.
“Encontramos en los estudios que había zonas donde se había perdido más de medio kilómetro de playa. Una de esas zonas es la playa San Benito, en Puerto Madero, donde el mar se llevó parte de un panteón hace años. Ahora, en 2023, se volverá a hacer ese estudio para ver cuánto más avanzó el mar”, apuntó.
La intromisión del océano Pacífico ha dejado una estela de destrucción que paulatinamente avanza. En Tapachula y Mazatán –este último municipio, con dos bocabarras–, el agua salina ha destruido y acaparado hectáreas de sembradíos y ranchos privados que representan una pérdida al patrimonio de productores de la zona.
La situación, señaló Castro Castro, es preocupante y debe ser atendida cuanto antes, porque el mar ya ha cobrado víctimas y destruido estructuras que se pensaba nunca iban a ser alcanzadas por las potentes olas en el litoral chiapaneco. A los tres órdenes de gobierno, poco les importa esta destrucción silenciosa.
EL MAR SE TRAGA CONCRETO
En septiembre de 2012, pobladores de San Benito exhumaron 40 restos humanos del panteón municipal de esta localidad costera, para evitar que las olas arrastraran con las tumbas y lo único que quedaba para venerar a sus difuntos.
Las familias depositaron los restos en bolsas negras y las trasladaron a un nuevo sitio de sepulcro. La tarea de “rescate” fue fructífera.
Para octubre de ese mismo año, el mar arrasó con gran parte del camposanto y se llevó consigo capillas, huesos humanos y la tristeza de lugareños que no pudieron salvar las estructuras ni sedimentos de sus seres amados.
El 14 de septiembre de 2021, el mar tomó por asalto a pobladores de Puerto Madero, comunidad situada a unos 17 kilómetros de la mancha urbana de Tapachula. Las letales olas arrasaron con una estructura edificada durante el sexenio de 2012 a 2018, que se había anunciado como un impulso al turismo y la protección para los lugareños.
El malecón quedó hecho pedazos y enormes trozos de concreto regresaban a mar adentro para dejar el perímetro devastado como si hubiese sido escenario de una zona de guerra.
El agua arrancaba de raíz los cimientos de este corredor turístico que había sido utilizado para actividades lúdicas, esparcimiento y deportivas de pobladores en el sur de Chiapas.
No ha sido el único cimiento arrancado de la tierra. Varias viviendas fueron destruidas por la furia del mar en 2015 y, más en la actualidad, casas de descanso, con vista al Pacífico, quedaron reducidas a escombro y de pie, pero rotas por dentro.
VIVEN A DIARIO CON EL MAR FURIOSO
Para Gabriela, una mujer de 50 años habitante de Puerto Madero, es común ver cómo el agua penetra tras el muro de contención creado para frenar la fuerza del mar. El dique de enormes rocas ha cedido ante la furia del agua y ha dejado ventanas abiertas por donde se filtra tierra adentro.
“No se puede pararlo (al mar). Va a seguir entrando porque mire cómo arrastró ya muchas rocas que según servirían para detenerlo”, explicó mientras vigila a dos niñas ataviadas con ropa playera que carcajean cuando la brisa llega hasta sus rostros.
Allí también está Teresa, acompañada de su pequeño hijo Dylan, quien temeroso observa por primera vez el gruñir del mar. A decir de las dos mujeres, desde inicios de agosto suena “picado”, un regionalismo que utilizan para referirse a la fuerza con que las olas despegan y aterrizan en tierra.
“De 10 a 11 de la mañana el agua mantiene lleno el malecón. Como ha estado escarbando las orillas del muro, está deteriorada (la estructura)”, apunta la mujer que pide a las autoridades atender esta situación cuanto antes.
Para los palaperos de la zona, el agua les pisa los talones. Han perdido áreas donde anteriormente había mesas y sillas en las cuales los comensales disfrutaban ver caer el sol.
El reclamo del Pacífico es inminente y la destrucción poco probable detenerla. El mar todos los días advierte que, en cualquier momento, va a engullir todo lo que encuentre a su paso.