Filas de 15 kilómetros y niños que cruzan sin sus padres: así es la situación en las fronteras de Ucrania

Las madres y las abuelas que salen de Ucrania llevan a sus hijos a lo desconocido, ya que los hombres de entre 18 y 60 años deben quedarse para luchar

EL UNIVERSAL

Decenas de miles de ucranianos se dirigen a los países vecinos para huir de la invasión rusa.

Naciones Unidas ha informado que desde el comienzo de la invasión casi 400 mil personas han huido de Ucrania, con la mayoría cruzando a Polonia.

Algunos viajaron por más de dos días, otros hacen filas que alcanzan los 15 kilómetros de largo en los puntos fronterizos.

Además de hacia Polonia, se dirigen a las fronteras con Moldavia y Rumania hacia el sur, y Hungría y Eslovaquia hacia el oeste.

Los que huyen son en su mayoría mujeres y niños, ya que a todos los hombres ucranianos de entre 18 y 60 años se les ordenó que permanezcan en el país para luchar.

Los corresponsales de la BBC conversaron con varios de ellos.

Visto desde la frontera con Moldavia, Ucrania es una nación de mujeres. Madres y abuelas arrastran maletas mientras conducen a sus hijos hacia lo desconocido.

Ana llegó al cruce de Palanka después de más de 24 horas de espera en una fila en el lado ucraniano de la frontera. Su pequeño auto amarillo está lleno de bolsas y su nieta de 6 años canta sola en el asiento trasero.

Ana y su hijastra habían conducido directamente desde la ciudad sureña de Odesa, a unos 50 km, un objetivo clave para Rusia en la guerra.

Pero la apariencia tranquila de Ana se desmoronó tan pronto comenzó a hablar. Rompiendo en llanto, describió cómo tuvo que dejar atrás a su esposo para defender su país.

«Espero que Occidente nos ayude a salir de esta terrible situación, porque en este momento nos enfrentamos solos al agresor ruso».

A su alrededor, voluntarios locales de los pueblos y aldeas de Moldavia esperaban para ofrecer medios de transporte a los ucranianos que llegaban a pie.

No se permiten hombres

Por Mark Lowen, Przemyśl, Polonia

El tren nocturno de Kiev, vía Leópolis, llegó con los nuevos refugiados de Europa a la estación del siglo XIX en Przemyśl.

«Nos tomó 52 horas llegar aquí», dijo Kateryna Leontieva, quien viajó desde Járkov con su hija adolescente, ambas aferradas a sus pasaportes ucranianos y cargando una mochila.

Cuando le pregunté cómo se sentía de estar aquí, Kateryna se llenó de emoción. «Todavía no lo sé, las lágrimas están saliendo», dijo. «No sentí nada, pero ahora estoy empezando a darme cuenta. Espero que sea solo un viaje corto y que volvamos pronto».

En la sala de espera de la estación está Irene y sus dos hijos pequeños. Su marido se quedó en Leópolis para defender el país.

«Solo las mujeres y los niños pueden ir», dijo. «Los hombres quieren quedarse, luchar y dar su sangre. Son héroes».

Dejar a los niños

Por Nick Thorpe, Beregsurány, Hungría

Victoria llegó desde Irshava, en el oeste de Ucrania.

«Vine a Hungría con mis dos hijas. Las dejo con familiares que están esperando aquí en la frontera y y regreso con mi esposo», dice con una sonrisa nerviosa.

¿Tienes miedo de volver?

«Honestamente, no tengo miedo. Solo me preocupo por mis hijas, eso es todo. Veo que las cosas no son buenas para Ucrania, pero no puedo dejar mi país. Tenemos que ser patriotas».

Y continúa.

«Mi esposo está listo para proteger a Ucrania si es necesario para el futuro, para nuestros hijos. No quiero, pero debemos salvar nuestro país»

Los padres se quedaron

Por Rob Cameron, Veľké Slemenc, Eslovaquia

En el pequeño pueblo de Veľké Slemenc, el último grupo de refugiados caminó rápidamente buscando ansiosamente un rostro familiar, seguido de un grito de reconocimiento, un abrazo, un beso.

Por un momento fugaz, la escena era de casi alegría. Pero luego fue interrumpida por un grito agudo y desgarrador. El rostro de una adolescente se arrugó de angustia.

«Úzhgorod», dijo cuando le pregunté de dónde era, una ciudad de 100 mil habitantes al otro lado de la frontera. Antes de la Segunda Guerra Mundial, era parte de Checoslovaquia.

Apretó la mano de su hermano pequeño, un niño tímido. Sus padres se habían quedado en Ucrania. No estaba claro a quién estaban esperando.

Tanya se fue de Kiev hace 20 años y ahora vive con su pareja en Stuttgart. Pero allí estaba, de pie junto a la carretera, esperando rescatar a una vieja amiga mientras su ciudad natal se hundía en el caos.

En la escena estaba un vecino, Jan Toth.

«No están dejando que los hombres se vayan, Putin o Zelensky», me dijo. «Es una catástrofe».