La relativa estabilidad en el precio de los alimentos a nivel global que se mantuvo hasta mediados de 2020 en las principales plazas de materias primas en el mundo, empezó a acumular desde junio de ese año incrementos consecutivos mes a mes, dibujando así de forma cada vez más clara una marcada tendencia al alza.
De acuerdo con el índice de alimentos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), tan solo en marzo de 2022 dicho índice registró un incremento de 12.6% en términos reales, variación que no se había observado desde 1990, año desde el cual se elabora dicha serie de precios.
De mayo de 2020 a marzo de 2022, el índice de precios de alimentos de la FAO registró un aumento de 69.2%, repunte que supera en mucho a los observados en 2008 y 2010. El alza de precios en el lapso señalado fue liderada por los aceites, con un 209.5%, incremento que lo deja fuera del alcance de muchas cocinas, particularmente en los países emergentes, donde este es un bien indispensable en la elaboración de la gran mayoría de los alimentos.
El azúcar, un producto con presencia en prácticamente todas las cocinas y comedores del orbe, registró un aumento de 68.2% en el lapso arriba señalado. Entre los ingredientes del desayuno también destacó el precio de los cereales y la leche, con aumentos de 68% y 48.8%, respectivamente. Por último, pero no por ello menos importante, está el precio de la carne, con un aumento de 21.7% en el mismo lapso.
El fuerte aumento en el precio de los alimentos en los mercados internacionales acusa de manera clara la problemática económica, social, sanitaria y ambiental no solo de forma coyuntural, sino amenazando también con acentuar los grandes desequilibrios sociales a nivel global. Históricamente, la falta de alimentos ha sido un detonador de conflictos sociales, cuyas consecuencias son mucho más difíciles de manejar.
Desde una perspectiva más general, el precio de los alimentos tiende a subir en forma más acelerada que los ingresos. Un incremento en la inflación significa que los consumidores deben pagar cada vez más por lo que consumen, lo que hace más difícil su disponibilidad, toda vez que hay que tener en cuenta que ello se presenta en un contexto en el que el valor del resto de los bienes también está aumentando.
El aceite de palma, que se usa principalmente en la elaboración de alimentos procesados tales como los nuggets, papas fritas, sopas enlatadas o deshidratadas, cereal azucarado, barras de granola, salsas, helados y muchos más, registró en la presente semana un precio récord, con una variación de 77.9% respecto al registrado en la misma semana de 2021, de acuerdo con precios del mercado de materias primas, conocido también como de commodities.
El aumento en el precio del aceite de palma, cuyos valores ya venían aumentando, se vio impulsado por la baja en los suministros para la exportación en el contexto de la guerra entre Rusia y Ucrania iniciada en febrero, fecha a partir de la cual se levantaron grandes barreras comerciales y fuertes sanciones financieras, entorno que también, agudizado por la reacción de Rusia, generó temores, escasez y especulación en los mercados de commodities, y que fueron más agudas y evidentes en el de alimentos.
De igual manera, en los últimos 12 meses, cereales como la avena y el trigo tuvieron incrementos de 68.5% y 50.5% respectivamente, aumentos que definitivamente contribuyen al encarecimiento de otros alimentos que lo tienen como insumo primario o complementario, actuando así como un mecanismo de transmisión para la formación de precios en otros mercados.
Aquí también se puede apreciar el impacto de las sanciones económicas impuestas a Rusia, ya que es el mayor productor de trigo del mundo, lo que explica por qué en México, al igual que en otras latitudes, el pan ha subido de precio.
Los propulsores de los precios internacionales de los alimentos son complicados. El alza en el precio del petróleo que empezó en 2020 afectó los precios de todos los productos alimenticios e incrementó el costo de producción y transporte.
Por otra parte, la escasez de mano de obra resultado de la pandemia de Covid-19, al reducir la disponibilidad de trabajadores para cultivar, cosechar, procesar y distribuir alimentos, le dio un mayor impulso al incremento de los precios, a lo que se suman los factores climáticos en algunas regiones estratégicas, como fue el caso de las heladas en Brasil, donde los daños fueron determinantes en la oferta disponible y el nivel de precios del azúcar.
Los cereales, si bien pesan menos en el aumento general de los precios, su disponibilidad en todo el mundo es particularmente importante para la seguridad alimenticia. El trigo, la cebada, el maíz, el sorgo y el arroz son responsables de por lo menos 50% de la nutrición global, y hasta del 80% en los países más pobres.
Precios más altos en los alimentos incidirán en forma directa en la seguridad alimentaria, variable que ha sido detonante de fuertes conflictos sociales que ha llevado cambios de gobierno en varias latitudes. La historia del cambio social reciente da cuenta de ello en Medio Oriente y el norte de África.
En México, desde que se desató la pandemia, el precio de los alimentos, medidos por el Índice Nacional de Precios al Consumidor, aumentó de 21.1% de diciembre de 2019 a marzo de 2022. En esos 28 meses, el INPC nacional promedio aumentó 13.4%.
Lideró el repunte de precios en dicho lapso el limón, con 224.8%, seguido del aguacate, con 77.5%, cebolla 44.8%, pollo 36.5%, tortilla de maíz 27%, carne de res 26.3% y pan dulce 24.4%, por citar solo algunos de los más relevantes.