Álvaro Belin Andrade
Lo que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) enfrentará el próximo 1 de julio en las urnas no parece siquiera cercano a las tinieblas que enfrentó en 2006, cuando sufrió su segunda derrota en la elección presidencial en la figura del tabasqueño Roberto Madrazo Pintado, con quien obtuvo 9.3 millones de votos (22 por ciento de los emitidos) y colocó en el Congreso de la Unión a 39 senadores y 123 diputados federales, una minoría impensada, al menos en la Cámara de Diputados, que parecía una pesada lápida para un partido que se acercaba a las ocho décadas de existencia.
Como hoy, la pelea parece centrarse en dos partidos; en aquel momento, el PAN, con Felipe Calderón Hinojosa, quien ganó por menos de un punto porcentual a Andrés Manuel López Obrador en su primer intento por llegar a Los Pinos, quien era postulado por la coalición Por el Bien de Todos (PRD, PT y Convergencia) y que se ha considerado el primer fraude electoral del panismo en el poder presidencial y a los primeros errores del ahora candidato de Morena, quien no acudió al primer debate e hizo famoso su proverbial carácter pendenciero con la frase “¡Ya cállate, chachalaca!”, dicho al entonces presidente Vicente Fox.
En esa elección de 2006, Felipe Calderón se hizo con 15 millones de votos (36.89%), y logró en el Congreso 51 senadores y 206 diputados federales, mientras que el entonces perredista Andrés Manuel López Obrador habría logrado 14 millones 756 mil votos (35.90%), llevando al poder legislativo 36 senadores y 157 diputados.
En 2012, con Enrique Peña Nieto, el PRI recuperó un gran trecho al lograr más de 19 millones de votos (38.2%) para su candidato presidencial en la coalición Compromiso por México (PRI-PVEM), recuperando una buena cuota en el poder legislativo (61 senadores y 241 diputados federales). Aunque elevó en 7.7 por ciento su cosecha de votos y obtuvo casi 15.9 millones de sufragios con la coalición Movimiento Progresista (PRD-PT-MC), que representaron el 31.57%, Andrés Manuel López Obrador quedó más distanciado del ganador. En tercer lugar quedó Josefina Vázquez Mota, del PAN, con el 25.68 por ciento de los sufragios.
En esta ocasión, a menos de 60 días de la elección, la situación para el PRI es sumamente apremiante. Casi todas las encuestas publicadas (y no solo las cuchareadas) colocan a José Antonio Meade Kuribreña en un lejano tercer lugar (y bajando); además, si todo sucede como lo prevén estos ejercicios demoscópicos será el candidato presidencial del PRI con el menor porcentaje de sufragios en toda la historia, dejando en el anecdotario al propio Roberto Madrazo Pintado que, pese al tercer lugar en 2006, permitió que el PRI lograra el 22 por ciento y permitiera una presencia importante en el Congreso de la Unión.
Hoy las encuestas hablan de una preferencia electoral de entre el 14 y el 17 por ciento para Pepe Meade, quien se debate entre la defensa del gobierno de Enrique Peña Nieto y su secuela de corrupción, sin un efectivo deslinde de una administración en la que participó activamente; un PRI que lo ve con profundo recelo porque no es su militante y al que en su estructura le impusieron los principales mandos de la campaña, incluyendo al dirigente nacional, y en el colmo, en un momento de la historia del país marcado por una profunda molestia social contra los últimos tres gobiernos federales, encabezados por el PAN y el PRI. Como ingrediente adicional, pero el más importante, frente a un Andrés Manuel López Obrador que cumple 12 años de campaña en pos del cargo, sin descanso.
¿Servirá el golpe de timón en el PRI nacional?
Por eso, demasiado tarde, José Antonio Meade ha dado el manotazo sobre su escritorio para cambiar a los principales operadores políticos de su campaña. Y digo demasiado tarde porque ese paso debió darlo cuando conformó a su equipo de campaña el 27 de febrero pasado, cuando mantuvo a un dirigente nacional priista, Enrique Ochoa Reza, que ya cargaba sobre sus espaldas la derrota en la mayoría de las elecciones para gobernador de 2016.
Esta semana, Pepe Meade decidió quitar a Ochoa Reza de un puesto para el que nunca estuvo preparado, entre otras cosas porque nunca ha optado a un puesto de elección popular, y cuyas decisiones han llevado al PRI al fondo de las encuestas. Para sustituirlo, ha optado por un priista orgánico, que ha dedicado al PRI toda su vida política activa, René Juárez Cisneros, quien ya se ocupaba de la campaña en la circunscripción que incluye, entre otros, al estado de Puebla.
En el PRI, Juárez Cisneros logró la alcaldía de Acapulco (1990-1993), la diputación federal por el distrito 7 de Guerrero (1994-1997), el gobierno de su estado natal (1999-2005) y Senador por Guerrero (2012-2016); además, ocupó la subsecretaría de Gobernación en el gobierno peñista, hasta la salida de su amigo Miguel Ángel Osorio Chong.
Uno de los principales objetivos de Juárez Cisneros es recuperar a nutridos grupos de priistas tradicionales que se habían alejado del PRI por no haber sido tomados en cuenta por los tecnócratas improvisados como dirigentes partidistas. Se comenta que el alejamiento de estos grupos había marcado una profunda huella en las preferencias por Meade, quien es el momento en que ni siquiera ha logrado el tradicional 20 por ciento de que se ha jactado el PRI como su voto duro.
Ya veremos si atrae para la causa de Meade a importantes grupos de operadores políticos encabezados, por ejemplo, por Miguel Ángel Osorio Chong y Manlio Fabio Beltrones, que fueron golpeados desde dentro del PRI y el gobierno.
Otros hay que ya se pronunciaron por el apoyo incondicional al candidato de su partido. Uno de ellos es Ulises Ruiz, exgobernador de Oaxaca y coordinador de la corriente rebelde del PRI, Democracia Interna, quien celebró la llegada de René Juárez a la dirigencia nacional del partido. El líder de Democracia Interna envió una carta a Juárez Cisneros y al candidato presidencial del PRI, José Antonio Meade, para aplaudir los ajustes en el Comité Ejecutivo Nacional (CEN) del partido, los cuales ayudarán a reforzar la estrategia de campaña y remontar en las encuestas.
“Después de tres semanas de campañas electorales y un primer debate entre candidatos, tiempo en que no parece haber movimientos importantes en las preferencias de la ciudadanía, hoy finalmente tenemos una grata noticia con el relevo de Enrique Ochoa en la dirigencia del partido por un priista orgánico, combativo y responsable como René Juárez Cisneros… Bienvenido René, estamos listos para acompañarte y enfrentar juntos, en unidad, los retos que tenemos por delante”, señaló.
Ya veremos si la apuesta tardía puede darles beneficios importantes y logran jalar a grandes grupos de priistas tradicionales que se habían cruzado de brazos o, de plano, ya estaban jalando con otros partidos.
Por lo pronto, en redes sociales, ya se da a Meade por muerto o, al menos, como un enfermo.
Huachicolero, el Veracruz de Yunes Linares
Veracruz se encuentra en la cúspide de los estados donde más se practica la ordeña ilegal de combustibles en México durante 2018. Aunque tenemos de gobernador a un experto en seguridad y su hijo ha tomado la bandera con propuestas sobre cómo combatiría la inseguridad en caso de ganar los comicios del 1 de julio, al grado de que los demás candidatos lo deberían considerar como titular de la SSP o, de perdido, como secretario ejecutivo del Sistema Estatal de Seguridad Pública o de asesor en la materia, lo cierto es que las actividades delictivas se mantienen boyantes.
El portal Forbes incluye a Puebla, Veracruz, Hidalgo, Jalisco y Guanajuato como los estados más huachicoleros. Y señala: “Veracruz, gobernado por el panista Miguel Ángel Yunes, contabilizó 175 puntos de extracción, 12% por encima de lo observado el año pasado.” Y añade que la única entidad que registró una disminución en el robo de combustible fue Guanajuato, que gobierna el panista Miguel Márquez Márquez con 145 puntos de extracción, 7% menos a lo observado en marzo de 2017.
Para dar una idea del crecimiento en el robo de combustible a Petróleos Mexicanos (Pemex), la nota de Forbes señala que su crecimiento en marzo fue de 34 por ciento, considerado un nuevo récord, una situación que representa pérdidas por 30 mil millones de pesos anuales.
De ese calibre, la delincuencia en Veracruz.
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