ARTURO REYES
La desazón me agobia por la circunstancia que vivo. Hace mucho calor en la zona conurbada Veracruz-Boca del Río-Alvarado (Antón Lizardo). Siento que necesito algún relajante ad hoc. Me invitan a comer en la Riviera Veracruzana (donde me han dado posada), la “riviera de los ricos” (como le llama la diputada federal Rosa María Hernández Espejo, según me dicen mis anfitriones que ella los califica). Le digo a mi anfitriona que me transporta que pare en algún súper para comprar una botella de ron. Necesito, me urge echarme un trago entre pecho y espalda. Me responde que en su casa (su residencia) deben tener. Cuando veo ya llegamos a la caseta de vigilancia de la entrada (y salida). Una pluma impide el paso. Los vigilantes piden a la conductora que se identifique. Ella les responde que va a la casa de xxx (su familia). De todos modos, le piden la identificación. Se las da. La revisan. La retienen mientras marcan por un sistema de intercomunicación a la familia para que autorice el acceso. Lo autorizan. Ahora le piden que abra la cajuela del coche. Lo hace. Revisan con la vista y cuando comprueban que no lleva algún cuerno de chivo por fin nos dejan pasar (a todo el que sale, también le piden que abra la cajuela para revisarla), (para mis adentros me digo que para qué tanto teatro, que si la delincuencia quisiera entrar volarían la pluma en un dos por tres y someterían a los vigilantes a punta de cachazos en la cabeza). Más adelante, de pronto veo un Oxxo. Le pido a mi amiga que pare ahí (por si las dudas decido que debo comprar por lo menos una “pachita” de ron, porque me acuerdo que ahí las venden). Me llama la atención que este Oxxo no es amarillo como casi todos. Tiene un tono gris con café, aunque yo lo veo como azul. En efecto, es diferente. En este venden hasta frutas y verduras (me acuerdo entonces de las tiendas Chedraui, como en Xalapa, donde tienen un súper para el pueblo (en Plaza Crystal) y uno “selecto” (en la Plaza Ánimas) para los ricos y sabrosos, como dicen luego en Notiver, del fraccionamiento Las Ánimas. Pero voy a lo mío. Me paro en el mostrador y veo para atrás de la cajera. En efecto, ahí están las “pachitas” de diferentes bebidas. No necesito mucho. Pregunto precios, porque también hay una de añejo. La empleada me responde con toda naturalidad. Sigo observando y pensando cuál compro. Opto entonces por una botellita de bacacho blanco, la más barata. De pronto, ¡mofles!, que se dirige a mí la mujer y me suelta a bocajarro: Es usted trabajador, ¿verdad?, a usted no le puedo vender. Usted no es de aquí. Solo le puedo vender a los residentes. Me sorprende. Cruzo la mirada con mi anfitriona. Mi acompañante le dice que ella es residente. Entonces a usted sí le puedo vender, le dice. Antes de que ponga otro pero busco en los cajones de frutas y verduras y, sí, hay limones, y qué limones, de muy buena calidad, ideales para la cuba libre que deseo.
Ya sentados a la mesa, cuando le platico al resto de mis anfitriones lo que acabo de vivir, me dicen que cerca del fraccionamiento hay un súper de una cadena norteamericana y que ahí venden un licor digestivo francés (una especie de verde, de Xico, pero francés, qué le hace uno), que cuesta 200 pesos más caro que en un súper normal (del pueblo, pues, de los de abajo, como titulara Mariano Azuela una de sus obras imprescindibles sobre la novela de la Revolución mexicana). Y siguen mis sorpresas. Me hacen saber entonces que la revisión a la entrada y a la salida se debe a una queja de ¡Yeri Mua! (Yeri Cruz Varela), sí, la reina del Carnaval de este año, la influencer veracruzana nacida en Coatzacoalcos que gana en You Tube alrededor de medio millón de pesos al mes (tiene 389.5K de suscriptores en ese sitio web, 3.1 millones de seguidores en Instagram, el mismo de seguidores en Tik Tok y más de 7 millones en Facebook). Me platican: resulta que un día unas personas fueron a buscar a su novio Brian Villegas (“Paponas”), quien también este año fue el rey del Carnaval, por un accidente de tránsito en el que se vio involucrado. La joven se sorprendió cuando de pronto aparecieron ante su puerta. Protestó. Cuestionó como había sido posible que los dejaran pasar, así como así. Por eso pagué para vivir aquí, porque pensé que había seguridad, se quejó. Y entonces que endurecen las medidas de vigilancia. Ahora, sin excepción, ni siquiera los residentes pasan si no se identifican.
Pero, me quedo pensando en la empleada del Oxxo. ¿Qué hice? ¿Qué dije que de pronto me desconoció? Me echo mi primer trago, me refresca la memoria y caigo en la cuenta: mi ropa, mi forma de vestir me delató. Visto pantalón de mezclilla y camisa de un tono parecido, aunque sin caer en lo chairo, claro. Qué falta de solidaridad de la mujer, me digo para mis adentros. Finalmente seríamos de la misma clase social. Debió haberme facilitado las cosas. Por eso México está como está, pienso. Los jodidos, en lugar de que se apoyen, se delatan, para quedar bien con el patrón, con el poderoso (me acuerdo de Cuba, de los “comités de vigilancia”, delatores). Son una especie de “Alitos” Moreno, traidores. En la mesa me entero que, además, el fraccionamiento está lleno de trabajadores (sirvientas, cocineras, jardineros, choferes, la servidumbre, pues), quienes antes de las ocho de la mañana se aglomeran en la entrada hasta que les permiten pasar luego de revisarlos, y al anochecer atiborran los camiones del transporte público que los devuelven a Boca del Río y a Veracruz (me acuerdo entonces de los trabajadores de la zona hotelera de Cancún). Por eso, cuando les digo que estando ahí quiero salir a la carretera y transportarme en camión, pegan el grito en el cielo. No me lo recomiendan (la verdad, son muy generosos conmigo y me facilitan mi traslado).
Como hasta que no pase la crítica situación de Arturo hijo (esta semana, por fin, decidirán la fecha de su operación) viviré aquí, entre los ricos y sabrosos de la Riviera Veracruzana (fifís, aspiracionistas, conservadores, neoliberales, derechistas, traidores a la patria, hijos de Ricardo Monreal, como dijo ya saben quién), ya sé, ahora tendré que vestir de otra forma, con los mejores trapos (las mejores garras, dicen más para las mujeres) que tenga y me pertrecharé con un roncito mejor (los guatemaltecos están saliendo muy buenos, pero también me gustan los de Las Bahamas o los de Puerto Rico, claro, además de los cubanos –soy pobre, pero de gustos caros, no se crea) para brindar y presumir que, ¡ay, cosas de la vida!, soy vecino de celebridades como Yeri Mua y el “Paponas”, ni más ni menos.
¡Ah! Y una cosa escuché en la mesa: Aquí, todos los que vivimos en la Riviera no volveremos a votar por Morena. Lo hicimos en 2018 porque pensamos que sería otra cosa. Estamos arrepentidos. Van a volver a ganar porque son más los pobres, pero nosotros vamos con la oposición.
Ruego a Dios porque Arturo salga pronto de su trance y yo pueda volver a mi modesto hogar en Xalapa, a mi realidad. Al otro México. Mientras tanto, ¡salud!, porque el calor y la angustia me siguen agobiando.